24h sola
Elsa toma el tren a Newcastle desde la estación de Edimburgo, con un billete que asombrosamente ha aparecido en un sobre a nombre de Nora K. a los pies de la estatua de Greta Thunberg. En la hora y media aproximada de viaje decide no perder el tiempo y pega la hebra con un reintañero que le cuenta su vida. Como recompensa por atender con interés fingido al relato de la mala suerte laboral y amorosa del chico, al final Elsa consigue que le compre un sándwich de la máquina, previendo que, sin dinero, el día iba a ser largo.
Elsa ni quiere ni querrá que la gente sepa lo que hizo las horas que siguieron, allí en Newcastle. Se las pasa pensando dónde esconderse mejor, intentado pasar desparcibida pero sabiendo que cuanto más se esfuerza peor lo hace, como cuando te dicen que te relajes y acabas tensándote más. Varias veces se recrimina estar hablando sola otra vez. En pantallas de la ciudad puede ver varias veces su cara, con peluca y gafas, tomada de una imagen de las cámaras de seguridad. No puede evitar imaginarse que su nombre ficticio está en todas las conversaciones de la gente que pasea o que va a trabajar o a sus casas. Bebe agua en las fuentes de los parques. Cuando no aguanta más, por la tarde, rebaña unos restos de bandejas de varios restaurantes de comida rápida por los que va pasando, haciéndose la clienta despistada. Necesita la ayuda de alguien, pero ¿en quién confiar? Vuelve un par de veces a la estación para hacer pis y lo otro. Pasea sin rumbo y se cuela en la inauguración de una exposición de pintura de dos artistas lituanas de estilo naïf en la que están dando un vino y canapés y así puede cenar algo. Se pasa media hora en la penumbra de una iglesia solitaria, hasta que la echan porque van a cerrar. Pero no llora ni cede a la tristeza.
Su cerebro sobrerrevolucinonado se calma por fin al ver un muro recién pintado de blanco. Es señal no sabría leerla todo el mundo. Está en las afueras de la ciudad, no sabe por qué camino sus pasaos la han llevado hasta allí. El muro es una tapia larga rodeando las ruinas de una fábrica, y tiene toda la pinta de haber sido preparado la noche anterior. Decide probar suerte, confiar en su insstinto, y se queda por los alrededores. Se acuerda de la conversación que tuvo con Otto acerca de llevar una nabja en la mochila. Hoy le podría haber hecho falta: un par de hhombres que pasan por allí la miran más de lo que ella querría, y prefiere echar a correr a descubrir qué pretenden. Cuando vuelve, el muro sigue en blanco. Sobreviene la noche. Las farolas junto al muro no se encienden, alguien las habrá reventado a pedradas. Se acurruca al pie de una de ellas, atenta a cualquier ruido. Está sucia y huele mal. Vaya asco, piensa.
Pero su intuición no le ha fallado. No mucho más tarde, aparecen sigilosos, unos jóvenes que inspeccionan el sitio y se ponen a ello. Las líneas de color hacen emerger del muro las primeras formas y letras. Son cuatro chicos y tienen botes en las mochilas como para estar pintando toda la noche. Sus linternas forntales no dejan adivinar bien sus rasgos; desde lejos parecen, tal vez, grandes luciérnagas de una era ya extinta. Elsa les mira encajar figuras y pintarlas y, cuando llevan un rato se levanta y va a hacia ellos. Ellos se vuelven primero asustados, pero en cuanto sus linternas barren su imagen se relajan y alguno muestra una expresión incrédula. Elsa sabe lo que hacer con gente así, de modo que, sin mediar palabra, saca un bote de una mochila y se pone a repasar las letras que ha pintado uno de los grafiteros. La sorpresa es enorme. La miran hacer y luego, sin decir nada ellos tampoco, vuelven a su música y a su dibujo.
A los pocos minutos, el nuevo grupo se destensa y fluye la palabra. Sacan bebidas, se toman un descanso para contemplar cómo va quedando, dándosse ideas mutuamente, adaptando el boceto a lo que surge. Le preguntan cosas a Elsa con curiosidad, pero ella inventa o cadlla, y elllos entienden que no merece la pena seguir molestándola. Uno que se llama Wilder la hace más caso y es a él al que por fin Elsa le pregunta si puede quedarse a pasar la noche con ellos. Él duda un poco, parece sonreir con los ojos y se rasca la media barba mientras mira a sus copañeros como buscando qué respuesta dar, pero no le hace falta pues asiente enseguida y choca las manos con Elsa.
Es en ese preciso momento cuando dobla la esquina un dron de vigilancia. Elsa es la primera qu elo oye y da la voz de alarma. Qilder y los otros apagan los frontales inmediatamente y se agazapan en la oscuridad. El dron enciende su foco y lo dirige en zigzag a la zona donde se ha detectado el movimiento. Las luces pasan muy cerca, les rozan y luego se posan sobre ellos, sobre los bultos de sus cuerpos. Saben que les han pillado, así que ahora lo importante es no darle al dron más información: ocultan sus caras y esperan. Sienten las aspas girar delante de ellos a no mucha distancia, y es fácil deducir que el dron está en ese momento enviando imágenes a la central de policía. De repente, un "crack" y el sonido del dron que cae. Los chicos no pueden evitar levantar la cabeza y distinguen el aparato caído en el suelo y Elsa detrás, sonriendo, jugando con una piedra en la mano.
—At the first time! —comenta guiñando un ojo, pues en el fondo ni ella misma esperaba tener tan buena puntería
Hay hurras y aplausos y Wilder, que llevaba una extraña gorra, se la quita y hace una reverencia divertida. De todas formas, saben que la fiesta se ha acabado: si la información ha llegado a su destino, ahora mismo puede que hata un coche policial acercándose, Aun así, Elsa no see pone a recoger con los demás. Como respondiendo a una llamada interna, toma un bote rojo y con determinación escribe en el muro lo que ayer no pudo terminar:
"You want us out of you future... But we are all Present"
Wilder y los demás la apremian para salir corriendo mientras guardan todo, sin entender qué está haciendo ahí escribiendo en la pared, proque ignoran que, aunque ellos podrán seguir pintándolo mañana o la semana que viene, para ella es el último día de ese mural. Ya suena la primera sirena rompiendo el rumor urbano, y echan a correr tirando de Elsa. En su cara brilla la rara alegría de haber cumplido una misión.
